LA GRIETA Nro 6

Diciembre 2012

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FAMILIA Y OCIO*


Por Enrique Pichón-Rivière y Ana Pampliega de Quiroga

Ginebra, 1907 – Buenos Aires, 1977. 
Psiquiatra, psicoanalista, poeta, periodista. 
Fundador de la APA y luego de la Escuela de Psicología Social.


Las circunstancias de las vacaciones nos permite una primera aproximación al estudio de la estructura social básica: la familia, que afronta en el ocio una situación de cambio, en la que deposita sus esperanzas en una consolidación de los vínculos que unen a sus miembros.

Es el momento en que los roles institucionalizados, más o menos fijos durante el año, se movilizan, observándose operativos desplazamientos de funciones de liderazgo, intensamente deseados por todos. Las vacaciones significan la gran empresa familiar, que concita las ilusiones y los ahorros del grupo. Se convierten en una ideología que determina el estilo de vida. Esta nueva pauta de conducta se atribuye a necesidades psíquicas y físicas, acompañadas por aspiraciones relacionadas con el prestigio, el ascenso social, las nuevas amistades.

Pero una interpretación más profunda señala que la motivación que subyace bajo estos factores es el deseo de tomar distancia de una zona generadora de tensión: el mundo del trabajo, con sus repercusiones en la economía familiar; la planificación es insuficiente porque siempre parte de la negación de los conflictos de la convivencia, de una paralización de las relaciones humanas que comienzan a ser dificultosas. A partir de la elección del lugar de veraneo, ésta se decide según motivos de orden social, económico y orgánico.

En la clase media, la moda significa un factor de decisión, mientras que los veraneantes de clase popular, especialmente los que siendo del interior han emigrado a las ciudades, aprovechan esos días para retomar contactos con su tierra, comprobando por fin que sus vínculos con su antiguo medio se han debilitado, quebrándose su pertenencia. Ese retorno es vivido con angustia, pues los somete a la evaluación de los que quedaron. La clase alta busca el aislamiento, explorando nuevos lugares, que pronto son invadidos por la marea de la moda. La determinación final significa el punto de partida de las decisiones que dividen al grupo, en el que comienza  a incubarse un estado de tensión.
El carácter matriarcal de nuestras familias se acentúa en la etapa de los preparativos finales. La madre actúa como líder organizador y su rol se mantendrá hasta el regreso. El padre, pese a la eventual supremacía que le da el manejo del automóvil, es tratado como un niño más, ya que establece con su mujer una relación de dependencia, se entrega a sus cuidados y delega en ella toda autoridad. Sus planes de ocio están poblados de fantasías de descanso, pesca y tiempo libre para dedicarse a cualquier hobby.

La ansiedad del grupo, nacida de la acumulación de expectativas, y el miedo que acompaña a todo cambio, crecen día a día y se hacen manifiestos en los preparativos de equipaje. Los implementos se multiplican, como si olvidar algo significara quedar desamparado frente a la nueva situación.

En el momento de llegar, el proyecto previo es puesto a prueba, pues nunca es total la coincidencia entre el hábitat esperado y el obtenido; el desajuste provoca reacciones que pueden incluir el deseo de volver, pero la fuerza de la fantasía edénica que los empujó a viajar los obliga a resignarse.

El grupo comienza a desmembrarse lentamente; por incompatibilidad de aspiraciones de sus integrantes, los dos extremos de la familia, niños y viejos, que no encuentran una estructura operativa para su tiempo libre, se convierten en motivo de conflicto. La idea de conquista amorosa es el objetivo de las vacaciones de los más jóvenes. El clima de fiesta determina un debilitamiento de la censura y la sexualidad tiende a aflorar con intensidad y descontrol. Esto obliga a los padres a una vigilancia inquieta mientras los hijos se sienten crecer, viviendo momentos importantes, en los que adquieren libertad y se integran en nuevos grupos que ejercen sobre ellos más influencia que la familia.
El adolescente, abocado a la tarea de seducción, en la que la ropa y el cuerpo desempeñan un importante papel, se entrega a actitudes de rebeldía, y esta independencia súbitamente alcanzada desencadena en los padres depresión y mal humor. Aparece así el antagonismo entre las generaciones.

La esperanza de una libertad total –ingrediente de la fantasía edénica- se ve contrastada por una burocratización de las vacaciones, que se da en términos de horarios de hotel o ritmo familiar. El encuadre rígido significa una nueva fuente de disensiones en esa comunidad que se movilizó en busca de reposo y la armonía, lejos de las preocupaciones cotidianas.

El aburrimiento se insinúa al promediar la temporada, aburrimiento que nace de la falta de tarea habitual, que –gratificadora o no- permite integrarse en el medio y canalizar ansiedades que irrumpen con violencia en esas horas libres.
Para los adultos, las vacaciones resultan una ocupación transitoria, con características de monotonía y estereotipo.

La cultura de masas es la responsable de esas frustración: al confundir planificación con modelos rígidos, actúa así sobre las multitudes y distorsiona la espontaneidad del ocio.



* En la tradición inaugurada por George Simmel hace un siglo atrás, continuada después por Ezequiel Martínez Estrada, Henri Lefebvre o Christian Ferrer, presentamos para nuestra sección “Textos encontrados”, un ensayo escrito a cuatro manos entre Enrique Pichón-Rivière y Ana Pampliega de Quiroga en 1966. El ensayo forma parte de una suerte de trilogía publicada en el libro “Psicología de la vida cotidiana”. Los otros dos ensayos son “Vacaciones: el retorno” y “Ocio y vacaciones.” Otras reflexiones sobre el ocio pueden rastrearse en los libros “Alternativas del ocio” de Edmundo González Llaca, y en “Con el sudor en la frente. Argumentos para la sociedad del ocio”, una compilación que hizo Osvaldo Baigorria de ensayos de Roland Barthes, Betrand Russell, Robert Louis Stevenson, August Heckcsher, Roberto Art, Peter Handke y Chuang-Tzu.

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