LA GRIETA Nro 6

Diciembre 2012

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UN PERONISMO SIN FASTOS - OCIO Y EL FIN DEL GASTO OSTENTOSO PERONISTA



Por Leandro Daniel Barret

La sociedad del ocio es un mito burgués sobre el tiempo. Menos trabajo, más tiempo libre apropiable. Los utopistas soñaron islas ociosas con tiempo libre para los placeres del cuerpo y mente. Marx hijo de esas ideas, como l´ enfant terrible de la sociedad ilustrada del siglo XIX puso en crisis el concepto de Ocio, al colocarlo como expropiable, y necesario para el futuro de las clases populares quienes gozarían de ese derecho en una virtual sociedad comunista. Como bien explica E.P Thompson, la burguesía industrial entendió que no todo era explotación salvaje de la fuerza de trabajo, los asalariados ingleses debían tener entretenimiento cultural en sus horas libres, lugar para utilizar allí los salarios, y retornar un flujo al capital, además de continuar la alienación. Así nace el cine, florece el teatro popular, los deportes de masas,  el folletín, y más tarde la TV, etc. La sociedad del espectáculo es una épica que arrasa con las vanguardias del siglo XX que suponían un tiempo libre emancipador en las formas de relaciones, objetos o gasto improductivo. La forma como expresión-liberación (Dadá), es sustituida por la reproductibilidad técnica del hombre-masa, el hombre máquina. El Ocio como mercancía o el fin del concepto de ocio pensado por Marx. El ocio marxiano pasa a ser un anhelo, anacronismo o nostalgia de la aristocracia literaria (un tiempo perdido). La aristocracia de hoy apenas si entiende el ocio en ese sentido. La clase ociosa del siglo XXI asume un estilo reproductivo vulgar, kitsch, ostentoso y depredatorio. Thorstein Veblen, en su “Teoría de la clase Ociosa” describe a los nobles, a la comunidad sacerdotal, al alto funcionariado estatal, a los industriales y a sus hijos, todos los que componen un segmento social-casta que desarrolla un estilo y un ethos de distinción basado en el consumo de bienes de lujo, gasto creciente de símbolos que los separa de la trama económica y social oprimida que los soporta desde abajo en la pirámide social. Quienes sostienen el ocio de los de arriba, suponen que aquellos brahamanes están engalanados de aura. El problema es la crisis del encanto, también tiene que ver no solo con el desgaste de las formas de consumo ostentoso, sino también con la violencia física y simbólica que lo encubre. Las viejas aristocracias argentinas y su linaje criollo, vinculado a la tierra, al agro, a las clases sacerdotales, militares y burocráticas, eran consumistas de estilo noble art Nouveau francés e inglés, pero también del siglo de oro español, o del barroco alemán. Es decir, había fasto ocioso, pero una preocupación por la distinción basada en el detalle elegante, romántico, aquello que Bourdieu llama herencia de distinción de nobleza cultural que se adapta y finge como adquisición-entrenamiento natural (de sangre). El menemato cultural es la crisis de ese ethos. El ascenso de una pequeña burguesía considerada bárbara en consumos de vitrina, decadente (por grasa), sin el más mínimo decoro o detalle, es el gasto de un faraón que arrasa con todas las adquisiciones (tiempos compartidos, mujeres traficadas en pasarelas, restaurantes y cadenas de hoteles demenciales). El ascenso de nuevos ricos y funcionarios de alto rango sin habitus de alta cultura (y entrenamiento en ocio a la antigua) quedan expuesto en las Revista “Caras”, perdidos con sus mansiones y fastos, sin saber hacer otra cosa que exhibir. El gasto de una clase ociosa en la era del vacío, es pizza con champagne, dos elementos que la vieja burguesía nunca hubiera juntado por forzados sobre un mismo plano. Ambos elementos pueden ser pensados como la máquina de coser y el paraguas sobre una mesa de disección de la alta cultura devenida en crisis, fagocitada por ella o invadida por el barbarismo de las impurezas. Cuando la nueva clase ociosa ya no sabe gozar con la mercancía, hace mezcolanza, rococo, cocoliche de elementos en la compulsión de la compra, aniquiladora de su propio goce repetitivo. La imposibilidad de un ocio, es la imposibilidad del goce con el objeto de fácil acceso, sustituible todo el tiempo en la vorágine de la compra. Hay un punto que la obscenidad material asquea a aquellos que no logran acceder a lo mismo, y cuando el teatro de la alienación posmoderna es también crisis de representación, el delito, la mafia y el crimen organizado es la defección lumpen de la clase ociosa compulsiva (por envidia o querer pertenecer llegan sectores que no debieron llegar nunca). Escobar Gaviria tenía un zoológico en su propia Mansión. La bulimia ostentosa es la muerte de los objetos de consumo a la que todos quieren traficar-acceder. 

Los años 2001, 2002, no son solo una revuelta o emancipación que pone en crisis el sistema de representación política, es también un cambio de posicionamiento de la clase ociosa en las formas de su gasto y representación ociosa de ese gasto (sumamente instrumental, nada improductivo) Hay valores que son removidos, otros continúan, porque el gueto menemista-alianzista se ha viralizado; y si antes era Punta, Miami, Pinamar; ahora, lo invaden cabecitas, nuevos medios-ricos que reclaman pertenecer, y los sindicatos exigen poner hoteles. Cuando es fácil llegar a Pinamar (interesante novela de Hernán Vanoli), parece mejor ir a pasar a un condominio en Cariló, o una chacra en la laguna Garcon. La llegada del kirchnerismo modificó algunos aspectos del estilo de vida de la sociedad ociosa menemista, pero no el fondo: la instrumentalidad de su nivel de gasto. El barniz progresista de clase ociosa no le impide dejar de hacer grandes negocios inmobiliarios y financieros para continuar acumulando a costa de los sectores populares, o realizando derroche en todas las tiendas de alta costura kitsch. La nomenklatura estatal no está lejos de desdoblar progresismo y gasto ostentoso (Boudou en su Harley Davidson recoge el glamour de los 90´), aunque hay veces que (por miedo o culpa) asume cierta discreción por no contradecir la declamación progresista por la que comparte una cruzada. De todos modos, aun cuando la clase ociosa en términos de cultura del goce y adquisición de arte, o gasto improductivo en materia espiritual, siga en la era de la vacuidad y la mercancía sobre mesas de disección de Le Gardiner (Tinnelli es un anfitrión devenido K); el peronismo kirchnerista como gesta política ha empujado a transformar algunos aspectos de la cultura de distribución de esos goces.  Pues en términos políticos, la única opción posible, como hecho maldito de un país burgués, es y seguirá siendo el peronismo-kirchnerista. Es rara la ecuación de “los ricos estaban bien y siguen bien o mejor, y los pobres que venían mal, están cada vez mejor”. Esta ecuación comienza a desquebrajarse ante la crisis internacional-local. Sin embargo, hace tiempo que la clase ociosa en su consumo suntuario viene buscando  no ceder nada y seguir con su nivel de gastos (acomodarse a una economía des-dolarizada le viene dando serios dolores de cabeza, aunque sigan viajando a fuera más que nunca); a sabiendas que hay un punto en que la frazada es corta (es hora del consumo de los pobres, allí está la demanda agregada que sostiene la economía). Los barrios de la Tupac en Jujuy pueden ser pensados desde el falansterio de Fourier, metáfora del gasto popular productivo-improductivo de los sectores antes diezmados, ahora organizados-autogestionados. El ocio es posible entre los pobres (y esto es mucho más que Fútbol para Todos, que como Fuerza Bruta, 6/7/8 o Tecnópolis, funcionan como ámbitos reproductores de una extensa maquinaria cultural). Consumo ocioso y poder popular conviven para niños y gerontes de la Tupac (viviendas, piletas de natación, canchas de tenis, y fútbol, bibliotecas, espacios recreación y fomento) son ocio de lo posible. La clave es expandir, romper el gueto, disputar el consumo ostentoso depredador, sojero y extractivo que todavía dispendian los sectores ganadores del sistema para sustitución de bienes de uso efímero (he visto a un alto funcionario de nomenklatura pedir una botella de Don Perignón en un petit restaurante, y beberse 1000 u$S - 6500 pesos!!, en menos de una hora, para luego seguir hablando -sin las “eses”- acerca de los derechos de los más necesitados). Los modales de nuestra clase ociosa política y económica son denigratorios, toscos, se asumen desde el desprecio (jóvenes polistas que luego de un partido, realizan un happening con rifa de pura sangre en un millón de dólares). Es el mecanismo de acumulación para intercambio de lujo en exceso, orgía frustrada, snuff, forma de distanciamiento o el ocio imposible de una clase frustrada con su propio objeto de goce que obtura la posibilidad de abrir en forma real el esquema de las corporaciones, sus dádivas e intercambio de dones fatuos. Porque a esta altura, cuando se satisface una necesidad, los únicos que esperan y tienen potencialidad de gozar, más allá de la necesidad que ya no es, son los pobres. No por lo efímero, son los pobres los únicos que reconocen la energía de su cuerpo que conserva la mercancía guardada. La respetan. No hay depredación de los objetos entre los sectores populares, hay conservación, hay placer ocluido de aquello a lo que apenas acceden. Ocurre que el ocio es imposible allí donde hay que satisfacer necesidad, por eso la imposibilidad del ocio se torna violencia-delito (diversión sustitutiva del ocio) contra el sistema de expectativas y de alto consumo, por bombardeo de marcas, al que todos quieren acceder-tener (la violencia como juego en tiempo perdido). La herramienta que les permite el goce a los sectores populares sigue siendo el peronismo (la izquierda les ofrece hacerse monjes, y la derecha ahogarse en el río de La Plata). Un peronismo que transforma, y cuyas elites abandonan, renuncian verdaderamente a la competencia por el fasto obnubilante, porque comprenden que la estética política no es fachada-hipocresía, sino realismo sobrio. No es cierto que para ser presidente se tenga que tener un imperio económico. Evita deslumbraba a los pobres, –ellos lo sabían- porque entre el tapado de zorro y su cuerpo, el único irreal era el tapado de zorro. El fasto de Eva era, el vestido invisible, el reconocimiento de su pertenencia.
      

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